viernes, junio 29, 2007

Hatsi

Siempre he dicho que el viaje a Egipto supuso un gran cambio, que marcó el principio y el fin de algo. Para mí, personalmente, supuso el fin de una época más inmadura y el principio de una era piñil. Allí la piña tomó forma, todos sus piñones se unieron bajo una misma pasión, Egipto. Siempre recordaré las horas en la cubierta del barco, hablando de todo y nada, solucionando el mundo, discutiendo si Ramsés realmente amó a Nefertari, imaginando cómo habría sido verles entrar en la sala hipóstila de Karnak, soñando despiertas.
Realmente fue como viajar a otro planeta, no sólo por la diferencia con nuestra vida normal, sino porque parecía que habías entrado en otra época distinta. Allí el tiempo se detiene, todo tiene una luz distinta, una pátina sepia, un olor a historia, un sabor a desierto. No en vano llegamos a España con las maletas llenas de regalos y las carnes rebosantes sobre la línea del pantalón.
Aunque era un viaje qu
e siempre había querido hacer (era uno de los sitios en la lista de "No morir sin visitar"), tengo que decir con alivio que nada de lo que ví me decepcionó, sin importar lo roto que estuviera o la diferencia con lo que había imaginado. De todos los sitios que visitamos, por los que paseamos, que contemplamos al borde de las lágrimas (por la emoción, claro), hubo varias cosas que me impresionaron sobremanera. La primera fue la tumba de Ramsés VI. La segunda, la sala hipóstila de Karnak, con la que llevaba soñando desde que supe de su existencia. Y la tercera fue la sala de las momias del Museo del Cairo. Ahora sólo me detendré a hablaros sobre la última, y prometo escribir más entradas acerca de las otras dos, y del viaje en general.
El Museo del Cairo es enorme. Nuestro guía, el estupendo Mohammed, intentó llevarnos por lo más interesante, cubriendo todos los frentes posibles, con el tiempo limitadísimo que teníamos para verlo todo. Al final de la visita nos dejó media hora libre, que unos pocos aprovechamos para salir corriendo a ver la sala de las momias. Nunca jamás en la vida me podría haber imaginado lo que vimos allí. Sólo puedo decir que las momias están tan bien conservadas que me alegro de que estuvieran metidas en vitrinas, porque si hubieran estado destapadas y por una ráfaga de aire se le hubiera movido un pelo a cualquiera de ellas, yo habría llegado a Australia corriendo. Parece mentira que algunas de ellas tengan 3.000 años. De hecho, excepto por que no tienen ojos, parecen gente durmiendo. Es sobrecogedor.
Todo esto viene porque
han identificado a la momia de Hatshepsut, o Jachichú, como la llamábamos nosotras cariñosamente. Y todo gracias a una muela. Quién le iba a decir a ella, en el 1480 antes de Cristo, que más de 3.000 años después, alguien podría hacerla famosa por una muela.
Hatshepsut fue famosa por ser la reina-faraona que reinó durante más tiempo sobre las dos tierras. ¿Eso qué quiere decir? Pues que como Ramsés II y otros pocos faraones, consiguió mantener unido a su pueblo. A los del Alto y Bajo Egipto. Eso, en una época con medios de transporte y de comunicación bien limitados, era toda una proeza de inteligencia, planificación y liderazgo. Además, se podría decir que es un modelo de mujer, porque a pesar de vivir en una sociedad regida por los hombres, ella consiguió hacerse un hueco y que todo el mundo la respetara, como mujer y como líder. Desde nuestro punto de vista actual, eso no parece una gran hazaña, pero pensad cómo estábamos aquí hace sólo 50 años. Y ahora remontaros 3.000 años más... ¿impresionante, eh?
Bueno, pues hasta la próxima entrega de "Egipto: visita obligada".

 

La memoria de las flores © 2010

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