Lo siento, sé que debería estar trabajando, pero es que estoy rodeada, no puedo dejar de pensar en la nieve.
La semana pasada he estado unos días en la nieve, y supongo que es como la comida de las madres, que hasta que no vuelves a ponerte morado no te das cuenta de lo muchísimo que lo echabas de menos. La verdad es que miro las fotos y no puedo dejar de sentir una especie de vacío pequeñito por dentro, como si al revés que al resto de la gente, a mí los copos de nieve cayendo me calentaran el alma.
Recuerdo la primera vez que ví nevar. No fue hace mucho, apenas hace 6 años. Antes de eso había visto la nieve, pero nunca había visto nevar. Ni siquiera en todos los años que pasamos en Pirineos ví nevar. Siempre nevaba por la noche y, cuando nos despertábamos por la mañana ya había parado. La primera vez que ví nevar unos copos enormes, gigantes, que casi parecían descender del cielo en vez de caer, fue el 20 de octubre del 2001. Sí, sí, parece mentira que me acuerde de la fecha exacta, pero fue como un punto de giro en mi vida. A partir de entonces nada sería igual. A partir de ahí, mi vida quedaría ligada a la nieve para siempre. A partir de entonces, sería feliz cada vez que oyera ese crujido al pisar, cada vez que viera el cielo ponerse blanco justo antes de una nevada, cada vez que notara que no se oye ningún ruido cuando estás allí en medio, rodeada de nieve, en una paz infinita. Ese día empezó a nevar y no paró de hacerlo hasta mediados de febrero del año siguiente. Fueron los mejores meses de mi vida.
Y luego claro, ligado íntimamente a la nieve está el snowboard. Muchos pensaréis que es una chorrada, pero para mí, una adicta a la actividad física, el snowboard es lo mejor que me podía haber pasado. Cuando en noviembre de 2001 me preguntaron que qué haría durante el invierno, no supe qué contestar. Nunca jamás me había puesto unas tablas y me había tirado por una cuesta nevada. Pregunté que qué era más fácil y me aseguraron que el snowboard era mucho más fácil que el esquí. Y quién era yo para discutirlo. Así fueron los comienzos. Las dos primeras semanas tuve las dos rodillas negras de tantos moratones como me salieron, pero como soy muy bruta y no dejaban de decirme eso de "No pain, no gain" ("Sin dolor, no mola" *traducción más que libre*), pues decidí que hasta que eso no fuera ningún misterio para mí, no pararía.
No os voy a contar ahora todo lo que me pasó en los primeros dos meses de tortura, frustración y dolor porque da para por lo menos dos o tres entradas, pero el final de la historia es que lo conseguí. Y me encanta. Adoro la sensación de flotar, el aire en la cara, el reto, la sonrisa de tonta que se te queda después de salir de una cuesta de pinos sin haberte caído ni una sola vez y habiéndolos esquivado todos, la sensación en los escasos segundos que estás en el aire durante un salto o lo libre que te sientes haciendo cabriolas en un cañón de nieve vírgen. Es lo mejor del mundo. Y después de un día entero haciendo el cabra, te vas a la cama y parece que sigues en la nieve, que tienes los pies todavía atados a la tabla y que flotas.
Mis amigas dicen que soy lo peor, pero una de las mejores cosas de vivir en un sitio lleno de nieve es lo vivo que te sientes con el frío, y que después de un día agotador y helado vuelves a casa, te das una ducha caliente, te pones el pijama y puedes acurrucarte en el sofá con un té o una sidra caliente con canela... ¡hmmm!
Bueno, lo voy a dejar aquí, con la promesa de otros posts contándoos o intentando convenceros de que todos deberíamos vivir en un lugar de nieves perpetuas... jajajaja.
Recuerdo la primera vez que ví nevar. No fue hace mucho, apenas hace 6 años. Antes de eso había visto la nieve, pero nunca había visto nevar. Ni siquiera en todos los años que pasamos en Pirineos ví nevar. Siempre nevaba por la noche y, cuando nos despertábamos por la mañana ya había parado. La primera vez que ví nevar unos copos enormes, gigantes, que casi parecían descender del cielo en vez de caer, fue el 20 de octubre del 2001. Sí, sí, parece mentira que me acuerde de la fecha exacta, pero fue como un punto de giro en mi vida. A partir de entonces nada sería igual. A partir de ahí, mi vida quedaría ligada a la nieve para siempre. A partir de entonces, sería feliz cada vez que oyera ese crujido al pisar, cada vez que viera el cielo ponerse blanco justo antes de una nevada, cada vez que notara que no se oye ningún ruido cuando estás allí en medio, rodeada de nieve, en una paz infinita. Ese día empezó a nevar y no paró de hacerlo hasta mediados de febrero del año siguiente. Fueron los mejores meses de mi vida.
Y luego claro, ligado íntimamente a la nieve está el snowboard. Muchos pensaréis que es una chorrada, pero para mí, una adicta a la actividad física, el snowboard es lo mejor que me podía haber pasado. Cuando en noviembre de 2001 me preguntaron que qué haría durante el invierno, no supe qué contestar. Nunca jamás me había puesto unas tablas y me había tirado por una cuesta nevada. Pregunté que qué era más fácil y me aseguraron que el snowboard era mucho más fácil que el esquí. Y quién era yo para discutirlo. Así fueron los comienzos. Las dos primeras semanas tuve las dos rodillas negras de tantos moratones como me salieron, pero como soy muy bruta y no dejaban de decirme eso de "No pain, no gain" ("Sin dolor, no mola" *traducción más que libre*), pues decidí que hasta que eso no fuera ningún misterio para mí, no pararía.
No os voy a contar ahora todo lo que me pasó en los primeros dos meses de tortura, frustración y dolor porque da para por lo menos dos o tres entradas, pero el final de la historia es que lo conseguí. Y me encanta. Adoro la sensación de flotar, el aire en la cara, el reto, la sonrisa de tonta que se te queda después de salir de una cuesta de pinos sin haberte caído ni una sola vez y habiéndolos esquivado todos, la sensación en los escasos segundos que estás en el aire durante un salto o lo libre que te sientes haciendo cabriolas en un cañón de nieve vírgen. Es lo mejor del mundo. Y después de un día entero haciendo el cabra, te vas a la cama y parece que sigues en la nieve, que tienes los pies todavía atados a la tabla y que flotas.
Mis amigas dicen que soy lo peor, pero una de las mejores cosas de vivir en un sitio lleno de nieve es lo vivo que te sientes con el frío, y que después de un día agotador y helado vuelves a casa, te das una ducha caliente, te pones el pijama y puedes acurrucarte en el sofá con un té o una sidra caliente con canela... ¡hmmm!
Bueno, lo voy a dejar aquí, con la promesa de otros posts contándoos o intentando convenceros de que todos deberíamos vivir en un lugar de nieves perpetuas... jajajaja.
4 lindezas:
joderrrr que ganas me han entrado de irme a probar, pues parece mentira que Samuel tuviera casa al laod de sierra nevada y NUNCA he esquiado, y tengo muchas ganas y despues de leerte muchisimas massss!!!!
Blancanieves!!! jajaja ahora te contesto el mail, muakssssssssss
Nieve, nieve! Ya sabes que yo soy más de sol y de mar, pero las fotos molan mucho, tiene que haber estado genial. Lo malo es que tu salamandra se ha resentido, pero ha merecido la pena la experiencia!
Besotes!!!
p.d. Nos vemos la semana que viene en Spain, que estaré de lunes a lunes!!!
a ver si actualizamos... ejemmmm
Hoy he escrito Jana Cuéllar en Google, me he encontrado alguna cosiila interesante, pero el blog no aparecia, entonces he escrito "jana flores" ahí estaba... y he leido un rato... lo hago de vez encuando... y me gusta... me gusta leerte primita... un beso! :D nos vemos pronto
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