viernes, enero 27, 2006

Doña Ignorancia Púpalot

Érase una vez una señora bigotuda llamada Doña Ignorancia Púpalot. Esta buena señora tenía unas costumbres muy básicas y sencillas. Por la mañana, en cuanto salía el sol por la esquinita de la ventana, se desperezaba, se lavaba la cara y cantaba. Cantaba cualquier cosa que le viniera a la cabeza en ese momento, aunque el problema en realidad era que canturreaba tan alto que despertaba a todos los vecinos. Después, cuando se aseguraba de que no quedaba ni un sólo vecino por despertar, se iba a desayunar. ¡Ay! ¡Cómo le gustaba desayunar! Más que nada en el mundo, mucho más que lavarse la cara, cantar o despertar a sus vecinos. En cuanto se sentaba delante del tazón, con esos cereales crujientes, se ponía tan contenta que tarareaba mientras comía.
Cuando ya se había terminado todos los cereales, le gustaba mirar por la ventana largo rato, a ver si se enteraba de las cosas del barrio. Se quedaba sentada, muy quieta y atenta, delante de la ventana, hasta que decidía que ya había averiguado lo que necesitaba saber. Luego, una pequeña siesta, que nunca viene mal, para recuperar fuerzas.
Doña Ignorancia tenía algunos amigos, aunque a veces no estaba de humor y no quería ni verles ni hablar con ellos. Eso a sus amigos no les gustaba y la acosaban a preguntas para averiguar qué le pasaba y por qué no quería estar con ellos. Eso la fastidiaba mucho, muchísimo, y entonces clamaba al cielo para que se la llevara a ella o a esos amigos incordio. La señora Púpalot miraba al cielo, hacía rodar los ojos y ponía cara de situación incómoda, esa cara que se pone a veces cuando no quieres estar con la gente con la que estás, pero no puedes irte, o como si tuvieras que ir urgentemente al servicio y no pudieras excusarte. En fin, que la señora Ignorancia Púpalot acababa por tener que reconciliarse con sus amigos todos los días para que siguieran siéndolo. ¡Qué tarea más complicada! A veces ellos se enfadaban y no querían saber nada, aunque siempre terminaban perdonándola y seguían yendo a visitarla.
Cuando ya había empleado todas sus fuerzas en la reconciliación, tenía que echarse otra siesta... es que tener amigos es muy cansado, necesitan mucha atención.
Por la noche comía un poco más y luego ya era hora de irse a la cama. Doña Ignorancia pensaba que el día apenas daba de sí, pero siempre se iba a dormir deseando que llegara el día siguiente para poder desayunar otra vez...
¡Hasta la próxima!
 

La memoria de las flores © 2010

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